Siento deciros que no puedo poneros aún más sobre Europa en dos bandos. Estoy acabando otro país antes que Holanda porque la verdad es que es bastante difícil encontrar libros que traten de Holanda y no solo de Hitler ;).
Ahora, news:
España y la SGM:
Cuando, hace setenta años, la Segunda Guerra Mundial dio comienzo, se habían cumplido cinco meses del final de la contienda civil española. Por lo tanto, a pesar de contar con un ejército entrenado y relativamente bien armado, España no estaba en condiciones de embarcarse en un nuevo conflicto. La reconstrucción del país era la primera prioridad para el nuevo régimen político. Ahora bien, desde los primeros momentos y más aún una vez que, a lo largo de 1940, Alemania conquistaba –como si de un castillo de naipes se tratara– cada uno de los países europeos que invadía, no faltaban las voces que sugerían a Francisco Franco que se uniera a la ‘guerra relámpago’ de Adolf Hitler.
Precisamente su cuñado, el ministro de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Súñer, era quien mejor representaba a los germanófilos, entre quienes se contaban también numerosos líderes falangistas. Aunque los falangistas no ocultaban sus distancias respecto del racismo que impregnaba la ideología nazi, sentían gran fascinación por la recuperación económica que Alemania había experimentado desde que Hitler ascendió al poder y por el feroz anticomunismo que sus dirigentes despertaban. De todos modos, los falangistas –y el resto del régimen– experimentaban mayor afinidad ideológica con la Italia fascista de Benito Mussolini que con los nazis.
La entrevista de Hendaya en octubre de 1940 entre Hitler y el general Franco iba encaminada a resolver el papel de España en la Segunda Guerra Mundial. Entonces Hitler se encontraba en su mejor momento, con media Europa bajo su poder. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la historiografía franquista ha expuesto aquel encuentro, como una hábil maniobra de Franco, en la que éste exageró sus pretensiones ante Hitler, con el fin de que el führer se viera obligado a rechazar la participación de nuestro país en la contienda.
Pero no parece que realmente fuera así. Ciertamente, ni para Franco ni para Hitler la entrada de España en la guerra era una prioridad. Lo que España hiciera o dejase de hacer estoy seguro de que nunca le quitó el sueño a Hitler. En aquellos días, lo que verdaderamente le preocupaba era obtener la derrota definitiva de Reino Unido y ultimar los preparativos para la invasión de la Unión Soviética. Derrotada y controlada Francia, España apenas poseía valor estratégico para Hitler, si bien el concurso de nuestro país en la guerra le habría ayudado a controlar el Estrecho de Gibraltar.
Lo más probable es que Franco acudiese a la estación de Hendaya a negociar abiertamente la intervención de España en la guerra. El desacuerdo provino, seguramente, de las exigencias de Franco sobre Marruecos, entonces bajo la autoridad del gobierno francés de Vichy, firme aliado de Alemania.
Meses después, en 1941, cuando Alemania invadió la Unión Soviética, volvieron a aflorar las presiones de los germanófilos. En esos instantes, España optó por una solución intermedia. Conservando su ‘no beligerancia’, que no ‘neutralidad’, envió casi 50.000 soldados al ‘frente ruso’, encuadrados dentro del ejército alemán y con uniforme de la ‘Wehrmacht’. Era la ‘División Azul’. En aquellos meses, obviamente, España vivió los momentos más tensos con los Aliados.
Así, durante la contienda, Franco formuló la peculiar teoría de la ‘guerra de los tres frentes’, aunque, naturalmente, era más propia de un oportunista que de un estadista. En Europa Occidental, España se mantendría neutral, no apoyando ni a Reino Unido ni a Alemania. En Europa del Este respaldaría, sin remilgos, a la Unión Soviética y, en el Pacífico, se pondría del lado de Estados Unidos.
Entretanto, soldados y oficiales alemanes cruzaban la frontera española con total impunidad, con sus vistosos uniformes. Por ejemplo, en Vizcaya, y en concreto en el balneario de Carranza, coincidiendo con el avance de los Aliados en Francia, un batallón de infantería alemán buscó refugio hasta su repatriación al finalizar la guerra.
A principios de 1943, tras la victoria soviética en la batalla de Stalingrado y los avances de los Aliados en el norte de África, todo hacía presagiar que Alemania no podía vencer. El Gobierno español ordenó el regreso de la derrotada División Azul –perdiendo la décima parte de sus efectivos– y declaró la estricta neutralidad. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, el monárquico Francisco Gómez-Jordana, es el encargado de pilotar el giro de la política internacional española. Quería ofrecer al mundo la imagen de un régimen católico y anticomunista.
No faltaron, incluso, los acercamientos de España hacia los Aliados. En los últimos meses de la guerra, las matanzas perpetradas por los japoneses en las islas Filipinas, en las que murieron decenas de españoles, implicaron que España rompiese sus relaciones diplomáticas con el ya debilitado país nipón e, incluso, que sopesara declararle la guerra. No hacía cincuenta años que Filipinas había dejado de ser territorio español y en aquel alejado archipiélago aún vivían miles de españoles –varios cientos eran misioneros–, que simpatizaban, desde luego, más con los norteamericanos que con los japoneses.
La declaración de guerra contra Japón sólo habría sido simbólica, ya que difícilmente España habría sido capaz de trasladar tropas hasta Extremo Oriente, ni los Aliados lo habrían permitido. Pocos años más tarde, Franco quiso también ponerse a disposición de Estados Unidos, durante la Guerra de Corea, simplemente para ganar su simpatía política y concluir su aislamiento internacional.
Debe apuntarse un hecho no muy conocido y es que en 1944, en pleno retroceso de las tropas del III Reich, un grupo conformado por unos pocos miles de exiliados republicanos penetraron en el valle de Arán, buscando precipitar una intervención de los Aliados, para que éstos invadiesen España y lograsen deponer el régimen de Franco. Pero esta operación fracasó estrepitosamente en todos los sentidos y, enseguida, el ejército español controló la situación.
Mientras tanto, vemos que la política exterior española –durante la Segunda Guerra Mundial– pivotó más sobre el oportunismo político que sobre la convicción ideológica. Impresionado por los acontecimientos internacionales, el joven régimen de Franco maniobró, fundamentalmente, con el único afán de sobrevivir. Y lo consiguió.
Ahora, news:
España y la SGM:
Cuando, hace setenta años, la Segunda Guerra Mundial dio comienzo, se habían cumplido cinco meses del final de la contienda civil española. Por lo tanto, a pesar de contar con un ejército entrenado y relativamente bien armado, España no estaba en condiciones de embarcarse en un nuevo conflicto. La reconstrucción del país era la primera prioridad para el nuevo régimen político. Ahora bien, desde los primeros momentos y más aún una vez que, a lo largo de 1940, Alemania conquistaba –como si de un castillo de naipes se tratara– cada uno de los países europeos que invadía, no faltaban las voces que sugerían a Francisco Franco que se uniera a la ‘guerra relámpago’ de Adolf Hitler.
Precisamente su cuñado, el ministro de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Súñer, era quien mejor representaba a los germanófilos, entre quienes se contaban también numerosos líderes falangistas. Aunque los falangistas no ocultaban sus distancias respecto del racismo que impregnaba la ideología nazi, sentían gran fascinación por la recuperación económica que Alemania había experimentado desde que Hitler ascendió al poder y por el feroz anticomunismo que sus dirigentes despertaban. De todos modos, los falangistas –y el resto del régimen– experimentaban mayor afinidad ideológica con la Italia fascista de Benito Mussolini que con los nazis.
La entrevista de Hendaya en octubre de 1940 entre Hitler y el general Franco iba encaminada a resolver el papel de España en la Segunda Guerra Mundial. Entonces Hitler se encontraba en su mejor momento, con media Europa bajo su poder. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la historiografía franquista ha expuesto aquel encuentro, como una hábil maniobra de Franco, en la que éste exageró sus pretensiones ante Hitler, con el fin de que el führer se viera obligado a rechazar la participación de nuestro país en la contienda.
Pero no parece que realmente fuera así. Ciertamente, ni para Franco ni para Hitler la entrada de España en la guerra era una prioridad. Lo que España hiciera o dejase de hacer estoy seguro de que nunca le quitó el sueño a Hitler. En aquellos días, lo que verdaderamente le preocupaba era obtener la derrota definitiva de Reino Unido y ultimar los preparativos para la invasión de la Unión Soviética. Derrotada y controlada Francia, España apenas poseía valor estratégico para Hitler, si bien el concurso de nuestro país en la guerra le habría ayudado a controlar el Estrecho de Gibraltar.
Lo más probable es que Franco acudiese a la estación de Hendaya a negociar abiertamente la intervención de España en la guerra. El desacuerdo provino, seguramente, de las exigencias de Franco sobre Marruecos, entonces bajo la autoridad del gobierno francés de Vichy, firme aliado de Alemania.
Meses después, en 1941, cuando Alemania invadió la Unión Soviética, volvieron a aflorar las presiones de los germanófilos. En esos instantes, España optó por una solución intermedia. Conservando su ‘no beligerancia’, que no ‘neutralidad’, envió casi 50.000 soldados al ‘frente ruso’, encuadrados dentro del ejército alemán y con uniforme de la ‘Wehrmacht’. Era la ‘División Azul’. En aquellos meses, obviamente, España vivió los momentos más tensos con los Aliados.
Así, durante la contienda, Franco formuló la peculiar teoría de la ‘guerra de los tres frentes’, aunque, naturalmente, era más propia de un oportunista que de un estadista. En Europa Occidental, España se mantendría neutral, no apoyando ni a Reino Unido ni a Alemania. En Europa del Este respaldaría, sin remilgos, a la Unión Soviética y, en el Pacífico, se pondría del lado de Estados Unidos.
Entretanto, soldados y oficiales alemanes cruzaban la frontera española con total impunidad, con sus vistosos uniformes. Por ejemplo, en Vizcaya, y en concreto en el balneario de Carranza, coincidiendo con el avance de los Aliados en Francia, un batallón de infantería alemán buscó refugio hasta su repatriación al finalizar la guerra.
A principios de 1943, tras la victoria soviética en la batalla de Stalingrado y los avances de los Aliados en el norte de África, todo hacía presagiar que Alemania no podía vencer. El Gobierno español ordenó el regreso de la derrotada División Azul –perdiendo la décima parte de sus efectivos– y declaró la estricta neutralidad. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, el monárquico Francisco Gómez-Jordana, es el encargado de pilotar el giro de la política internacional española. Quería ofrecer al mundo la imagen de un régimen católico y anticomunista.
No faltaron, incluso, los acercamientos de España hacia los Aliados. En los últimos meses de la guerra, las matanzas perpetradas por los japoneses en las islas Filipinas, en las que murieron decenas de españoles, implicaron que España rompiese sus relaciones diplomáticas con el ya debilitado país nipón e, incluso, que sopesara declararle la guerra. No hacía cincuenta años que Filipinas había dejado de ser territorio español y en aquel alejado archipiélago aún vivían miles de españoles –varios cientos eran misioneros–, que simpatizaban, desde luego, más con los norteamericanos que con los japoneses.
La declaración de guerra contra Japón sólo habría sido simbólica, ya que difícilmente España habría sido capaz de trasladar tropas hasta Extremo Oriente, ni los Aliados lo habrían permitido. Pocos años más tarde, Franco quiso también ponerse a disposición de Estados Unidos, durante la Guerra de Corea, simplemente para ganar su simpatía política y concluir su aislamiento internacional.
Debe apuntarse un hecho no muy conocido y es que en 1944, en pleno retroceso de las tropas del III Reich, un grupo conformado por unos pocos miles de exiliados republicanos penetraron en el valle de Arán, buscando precipitar una intervención de los Aliados, para que éstos invadiesen España y lograsen deponer el régimen de Franco. Pero esta operación fracasó estrepitosamente en todos los sentidos y, enseguida, el ejército español controló la situación.
Mientras tanto, vemos que la política exterior española –durante la Segunda Guerra Mundial– pivotó más sobre el oportunismo político que sobre la convicción ideológica. Impresionado por los acontecimientos internacionales, el joven régimen de Franco maniobró, fundamentalmente, con el único afán de sobrevivir. Y lo consiguió.
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