Cuarta parte sobre Holanda:
+ La vida en zona ocupada y resistencia
Tras el apaciguamiento de las zonas conquistadas y la aparentemente cercana victoria alemana sobre los aliados, el pueblo holandés comenzó a rehacer su vida. A pesar de la ferocidad con la que se llevó a cabo la invasión y los numerosos destrozos que esta ocasionó en algunas ciudades como Rotterdam, pronto la situación cambió a mejor. Las causas principales recaen en el pensamiento ario de los nacionalsocialistas y en la escasa disposición del pueblo local a la sublevación.
El primer aspecto se entiende como la aceptación de los alemanes de sus vecinos occidentales como miembros de la raza superior, ya que ambos pueblos compartían y comparten rasgos comunes. De esta forma, como en Noruega, Holanda gozó de una mayor autonomía hasta la fase final de la guerra. En lo referente al conformismo de la mayor parte del pueblo la causa recae en la situación geográfica e histórica: el terreno holandés se caracteriza por la escasez de alturas y la inmensidad de las llanuras. Unido a la escasa preparación militar del pueblo holandés, que no había luchado desde el siglo XIX, hacia poco propicia la lucha de desgaste y guerrilla.
La mentalidad jugó también un papel determinante. Gran parte de la ciudadanía consideraba a sus líderes políticos poco menos que unos ineptos y veían en la masificada y productiva economía alemana la forma de salir de la crisis acuciante. Así, en un primer momento, se llegó a ver con buenos ojos una temporal ocupación alemana del país.
No obstante, a partir de la llegada de las SS y la GESTAPO y el comienzo de las deportaciones de judíos, los holandeses comenzaron a ver al invasor con otros ojos. Muchos fueron los que dieron su vida para salvaguardar la de la población semita en áticos y bodegas, dando lugar a casos como el de Ana Frank. Ante la imposibilidad de resistencia violenta por los aspectos anteriormente descritos comenzaron a aparecer nuevas formas de protesta: resistencia pasiva, ausencia de trabajadores para puestos de trabajo esenciales (véase fábricas de munición), pequeños sabotajes, ignorancia hacia las leyes alemanas…
La deportación de cientos de judíos llevó a una huelga ferroviaria generalizada y a fuertes disturbios, que acabaron con decenas de heridos y un impresionante despliegue militar. Holanda fue el único país ocupado que protestó de forma reiterada y organizada contra la deportación y asesinato de judíos. Aún así, las marchas pacíficas y no tan pacíficas no pudieron impedir la muerte de unos cien mil judíos neerlandeses, sobreviviendo alrededor de treinta mil, un 25% del total.
Uno de los momentos en que la población se manifestó de forma más enérgica fue tras la prohibición de los colores nacionales. Además de la retirada de banderas tricolores se condenó enérgicamente el color naranja como símbolo nacional y también de la resistencia. Como respuesta la población salió a las calles con miles de brazaletes naranjas, haciendo llegar al comisario austríaco-alemán Seyss-Inquart su réplica.
Tras el apaciguamiento de las zonas conquistadas y la aparentemente cercana victoria alemana sobre los aliados, el pueblo holandés comenzó a rehacer su vida. A pesar de la ferocidad con la que se llevó a cabo la invasión y los numerosos destrozos que esta ocasionó en algunas ciudades como Rotterdam, pronto la situación cambió a mejor. Las causas principales recaen en el pensamiento ario de los nacionalsocialistas y en la escasa disposición del pueblo local a la sublevación.
El primer aspecto se entiende como la aceptación de los alemanes de sus vecinos occidentales como miembros de la raza superior, ya que ambos pueblos compartían y comparten rasgos comunes. De esta forma, como en Noruega, Holanda gozó de una mayor autonomía hasta la fase final de la guerra. En lo referente al conformismo de la mayor parte del pueblo la causa recae en la situación geográfica e histórica: el terreno holandés se caracteriza por la escasez de alturas y la inmensidad de las llanuras. Unido a la escasa preparación militar del pueblo holandés, que no había luchado desde el siglo XIX, hacia poco propicia la lucha de desgaste y guerrilla.
La mentalidad jugó también un papel determinante. Gran parte de la ciudadanía consideraba a sus líderes políticos poco menos que unos ineptos y veían en la masificada y productiva economía alemana la forma de salir de la crisis acuciante. Así, en un primer momento, se llegó a ver con buenos ojos una temporal ocupación alemana del país.
No obstante, a partir de la llegada de las SS y la GESTAPO y el comienzo de las deportaciones de judíos, los holandeses comenzaron a ver al invasor con otros ojos. Muchos fueron los que dieron su vida para salvaguardar la de la población semita en áticos y bodegas, dando lugar a casos como el de Ana Frank. Ante la imposibilidad de resistencia violenta por los aspectos anteriormente descritos comenzaron a aparecer nuevas formas de protesta: resistencia pasiva, ausencia de trabajadores para puestos de trabajo esenciales (véase fábricas de munición), pequeños sabotajes, ignorancia hacia las leyes alemanas…
La deportación de cientos de judíos llevó a una huelga ferroviaria generalizada y a fuertes disturbios, que acabaron con decenas de heridos y un impresionante despliegue militar. Holanda fue el único país ocupado que protestó de forma reiterada y organizada contra la deportación y asesinato de judíos. Aún así, las marchas pacíficas y no tan pacíficas no pudieron impedir la muerte de unos cien mil judíos neerlandeses, sobreviviendo alrededor de treinta mil, un 25% del total.
Uno de los momentos en que la población se manifestó de forma más enérgica fue tras la prohibición de los colores nacionales. Además de la retirada de banderas tricolores se condenó enérgicamente el color naranja como símbolo nacional y también de la resistencia. Como respuesta la población salió a las calles con miles de brazaletes naranjas, haciendo llegar al comisario austríaco-alemán Seyss-Inquart su réplica.
Mañana seguimos con la liberación. Prohibida la copia sin autorización.
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