Estamos aquí para conmemorar ese día de la historia en el que los pueblos Aliados se unieron en la batalla para recuperar la libertad de este continente. Durante cuatro largos años, gran parte de Europa estuvo bajo una sombra terrible. Las naciones libres habían caído, los judíos clamaban en los campos, millones gritaban por la liberación. Europa estaba esclavizada, y el mundo rezaba por su rescate. Aquí en Normandía comenzó el rescate. Aquí, los aliados aguantaron y lucharon contra la tiranía en un esfuerzo gigantesco sin igual en la historia humana.
Nos encontramos en un punto de la costa norte de Francia, solitario y azotado por el viento. El aire es suave, pero hace cuarenta años en este momento, el aire estaba denso de humo y gritos de hombres, lleno del golpeteo de los fusiles y el rugido de los cañones. Al amanecer, en la mañana del 6 de Junio de 1944, 225 Rangers saltaron del buque de desembarco británico y corrieron a la base de esos acantilados. Su misión era una de las más difíciles y atrevidas de la invasión: escalar esos escarpados y desolados acantilados y eliminar los cañones enemigos. Los aliados habían recibido información de que algunos de los cañones más poderosos estaban ahí y que serían dirigidos a las playas para detener la invasión aliada.
Los Rangers levantaron la vista y vieron a los soldados enemigos, en el borde de los acantilados disparándoles con ametralladoras y lanzando granadas. Y los Rangers americanos empezaron a escalar. Dispararon escalas de cuerda sobre los acantilados y comenzaron a ascencer. Cuando un Ranger caía, otro ocupaba su lugar. Cuando se cortaba una cuerda, un Ranger cogía otra y comenzaba de nuevo el ascenso. Escalaron, devolvieron los disparos, y mantuvieron la posición. Pronto, uno tras otro, los Rangers alcanzaron la cumbre, y tomando el terreno firme sobre esos acantilados, comenzaron a recuperar el continente europeo. Doscientos veinticinco vinieron aquí. Después de dos días de combates solo noventa podían aún llevar sus armas.
Detrás de mi hay un monumento que simboliza a los arrojados Rangers que se lanzaron sobre la cumbre de estos acantilados. Y detrás de mi están los hombres que les pusieron allí.
Estos son los muchachos de Pointe du Hoc. Estos son los hombres que tomaron los acantilados. Estos son los campeones que ayudaron a liberar un continente. Estos son los héroes que ayudaron a terminar una guerra.
Señores, les miro y pienso en las palabras del poema de Stephen Spender. Sois hombres que en vuestras "vidas luchasteís por la vida... y dejásteis vívido el aire firmado con vuestro honor".
Han pasado cuarenta veranos desde la batalla que luchásteis aquí. Erais jóvenes el día que tomásteis estos acantilados; algunos de vosotros apenas erais más que muchachos, con los más profundos placeres de la vida ante vosotros. Y aun así lo arriesgasteis todo aquí. ¿Por qué? ¿Por qué lo hicísteis? ¿Qué os impulsó a poner a un lado el instinto de supervivencia y arriesgar vuestras vidas para tomar estos acantilados? ¿Qué inspiró a todos los hombres de los ejercitos que se unieron aquí? Os contemplamos, y de algún modo sabemos la respuesta. Era fe, y creencia; era lealtad y amor.
Los hombres de Normandía tenian fe en que lo que hacían era correcto, fe en que luchaban por toda la humanidad, fe en que un Dios justo les concedería clemencia en esta cabeza de playa o en la siguiente. Era el conocimiento profundo - y quiera Dios que no lo hayamos perdido - de que hay una profunda diferencia moral entre el uso de la fuerza para la liberación y el uso de la fuerza para la conquista. Vostros estabais aquí para liberar, no para conquistar, y así ni vosotros ni esos otros dudásteis de vuestra causa. Y hacíais bien en no dudar.
Todos sabíais que hay cosas por las que merece la pena morir. El país de uno, es una causa por la que morir, y la democracía es una causa por la que morir, porque es la forma de gobierno más profundamente honorable que ha creado el hombre. Y todos amabais la libertad. Y todos estabais deseosos de combatir la tiranía, y sabíais que la gente de vuestros países os respaldaba.
Nos encontramos en un punto de la costa norte de Francia, solitario y azotado por el viento. El aire es suave, pero hace cuarenta años en este momento, el aire estaba denso de humo y gritos de hombres, lleno del golpeteo de los fusiles y el rugido de los cañones. Al amanecer, en la mañana del 6 de Junio de 1944, 225 Rangers saltaron del buque de desembarco británico y corrieron a la base de esos acantilados. Su misión era una de las más difíciles y atrevidas de la invasión: escalar esos escarpados y desolados acantilados y eliminar los cañones enemigos. Los aliados habían recibido información de que algunos de los cañones más poderosos estaban ahí y que serían dirigidos a las playas para detener la invasión aliada.
Los Rangers levantaron la vista y vieron a los soldados enemigos, en el borde de los acantilados disparándoles con ametralladoras y lanzando granadas. Y los Rangers americanos empezaron a escalar. Dispararon escalas de cuerda sobre los acantilados y comenzaron a ascencer. Cuando un Ranger caía, otro ocupaba su lugar. Cuando se cortaba una cuerda, un Ranger cogía otra y comenzaba de nuevo el ascenso. Escalaron, devolvieron los disparos, y mantuvieron la posición. Pronto, uno tras otro, los Rangers alcanzaron la cumbre, y tomando el terreno firme sobre esos acantilados, comenzaron a recuperar el continente europeo. Doscientos veinticinco vinieron aquí. Después de dos días de combates solo noventa podían aún llevar sus armas.
Detrás de mi hay un monumento que simboliza a los arrojados Rangers que se lanzaron sobre la cumbre de estos acantilados. Y detrás de mi están los hombres que les pusieron allí.
Estos son los muchachos de Pointe du Hoc. Estos son los hombres que tomaron los acantilados. Estos son los campeones que ayudaron a liberar un continente. Estos son los héroes que ayudaron a terminar una guerra.
Señores, les miro y pienso en las palabras del poema de Stephen Spender. Sois hombres que en vuestras "vidas luchasteís por la vida... y dejásteis vívido el aire firmado con vuestro honor".
Han pasado cuarenta veranos desde la batalla que luchásteis aquí. Erais jóvenes el día que tomásteis estos acantilados; algunos de vosotros apenas erais más que muchachos, con los más profundos placeres de la vida ante vosotros. Y aun así lo arriesgasteis todo aquí. ¿Por qué? ¿Por qué lo hicísteis? ¿Qué os impulsó a poner a un lado el instinto de supervivencia y arriesgar vuestras vidas para tomar estos acantilados? ¿Qué inspiró a todos los hombres de los ejercitos que se unieron aquí? Os contemplamos, y de algún modo sabemos la respuesta. Era fe, y creencia; era lealtad y amor.
Los hombres de Normandía tenian fe en que lo que hacían era correcto, fe en que luchaban por toda la humanidad, fe en que un Dios justo les concedería clemencia en esta cabeza de playa o en la siguiente. Era el conocimiento profundo - y quiera Dios que no lo hayamos perdido - de que hay una profunda diferencia moral entre el uso de la fuerza para la liberación y el uso de la fuerza para la conquista. Vostros estabais aquí para liberar, no para conquistar, y así ni vosotros ni esos otros dudásteis de vuestra causa. Y hacíais bien en no dudar.
Todos sabíais que hay cosas por las que merece la pena morir. El país de uno, es una causa por la que morir, y la democracía es una causa por la que morir, porque es la forma de gobierno más profundamente honorable que ha creado el hombre. Y todos amabais la libertad. Y todos estabais deseosos de combatir la tiranía, y sabíais que la gente de vuestros países os respaldaba.
0 comentarios:
Publicar un comentario